Hace poco me reencontré con un viejo amigo.
Nos conocemos desde que medíamos lo suficiente como para que no nos dejaran montarnos en ninguna montaña rusa. Y lo cierto es que cada vez que me reencuentro con un viejo amigo, vuelvo a casa con una nueva lección aprendida.
Algunos me cuentan grandes anécdotas y me dejan con la miel en los labios por probar nuevas experiencias que no he vivido todavía. Otros me confiesan que están atravesando momentos difíciles y me recuerdan lo importante que es estar ahí para quienes te importan. Y otros, simplemente, son imparables. Creo que te imaginas por dónde van los tiros. Y por favor, lee hasta el final de esta historia.
Me refiero a ese amigo que lleva un estilo de vida frenético. Siempre está de un lado para otro y se lanza cada día a un nuevo proyecto. Se desvive por cada nuevo objetivo en lo profesional que le permita llegar hasta donde desea. Parece que nunca tiene intenciones de bajar el ritmo… Hasta que no le queda otra. Hasta que el cuerpo le pide echar el freno.
¿Y si no tuviera que ser así? ¿Y si fuera posible mantener ese ritmo que nos pone en marcha cada mañana sin que juegue en contra de nuestro bienestar (y de nuestros resultados)?
Para mí, reencontrarme con los míos, familia o viejos amigos, me hace sentir tan viva como cuando no alcanzabas a subir en aquella montaña rusa.
¿Sabes a qué sensación me refiero?
Como cuando jugabas en la calle con tus amigos hasta que las piernas no te dejaban correr más. Cuando te despertabas un domingo sabiendo que tu padre podría dedicarte todo el tiempo que no tenía entre semana. Cuando empezaste a sentir que cada vez era más excitante soplar las velas de la tarta. Cuando madrugar más de la cuenta te resultaba pan comido por lo que te esperaba ese día. Cuando el trabajo te parecía un sueño de futuro que te hacía aspirar a más, y no una obligación aburrida que te provoca echar en falta el tiempo que no te queda para lo demás.
En definitiva, cuando todavía te sentías capaz de todo lo que te proponías, sin estrés, miedo ni preocupaciones. Cuanto todavía te sentías imparable.
Ahora bien, esto te lo cuento porque tú puedes ser como aquellos que no consiguen mantener el ritmo y siguen dejándose la piel mientras echan en falta la energía y andan preocupados porque el cuerpo avisa para poder con todo lo que llevan a sus espaldas.
O puedes tomar acción.
Así que, dime: ¿qué harías hoy si tuvieras tanto tiempo y energía como en aquel entonces?